Caminando en la ciudad
Fátima Chong S.
El tranvía pasa, la lluvia inicia, la atención de él en su móvil
y la de ella en el reloj de la estación.
El asfalto gélido, la tarde invernal abraza a sus habitantes.
Me ensordece el rechinar de los neumáticos
y el grito del conductor exasperado,
el indigente sale a mi encuentro
y yo sigo resguardándome en mi soledad.
Entonces, pienso en mis momentos felices,
en mis momentos de antaño,
en el júbilo que la urbe me provocaba;
y ahora me consterna, me es ruidosa.
¡Los años pasaron, las ganas se consumieron!
El frío se acrecentó ante la lobreguez de los edificios.
Me empapo de polución y gentío.
Mis ojos se ocultan tras las gafas,
voy de prisa sincronizando mis pasos con los demás.
¡Pero yo no tengo apuro!
Mi sombra se disipa entre construcciones,
entre la indiferencia de todo.
¡Pienso en ti!, busco reflejarme en tus pupilas;
nadie me mira, nadie se mira entre sí.
Emerge el movimiento hostil,
la ciudad amenaza con engullirme, evito me consuma, evito que mi ser pase desapercibido.
¡Tanta gente!
¡Quiero llegar a casa!
¡Quiero hablar con mi consciencia!
¡Quiero arrojar mi cuerpo sobre el sofá!
¡Quiero conversar con mis memorias!
Hilo mis recuerdos con el humo de mi cigarrillo.
¡Quiero evocar pasados minutos, devolver mi tiempo!
Devolverlo solamente un instante y conjugar el verbo haber en presente,
para no pronunciar ese absurdo “hubiera”.
Sigo mi marcha, se pierde mi humanidad entre infinidad de personas,
escucho bocas hambrientas que enuncian superficialidad,
bocas que profieren palabras idealistas, ilusorias o pobres,
todas lo hacen simultáneas.
Me siento sobre una banca, los paseantes están sumergidos en sus propios mundos.
¡Miro la hora otra vez!
¡Jamás llegaste!
¿Te perdiste entre la bruma de tus pensamientos?
En respuesta se agrietan mis ánimos, me consuelo, me levanto y continúo sin ti mi camino.
