Ornitología
Alejo Colunga
Algunas cosas, durante mis días, vi,
pero no esta lluvia.
Pude aguantar desde un leve chisporroteo
hasta el norte, turbio,
de las playas;
las gotas de una tormenta
o los fugaces sonidos
del trueno,
pero esto no.
Fue quizás el frescor que se respira,
el cielo nocturno ya borrado tiempo atrás.
Furioso,
dejó su crimen, y sólo pesadez en los colores,
grises, sin acomodo.
La renovación fracasó
y sólo se podía ver nada.
Húmedo y frío el enorme mudo de arriba,
todo volvió lento.
Aquel nido de gotas,
las que el astro no borró,
caía sobre los árboles plantados,
y los volvía acaso más verdes, más fuertes.
Pronto volvió a la mañana
una jaula de inmunes aves.
Mientras silencio brotaba de mi café,
cantaban, volaban y comían, y
sus pechos,
viajando de un lado a otro,
como bolas de jaspes,
no se cansaban de andar entre las nubes desenfocadas,
deslizadas con pereza por el viento.
Más hubiese sido el llanto de un bebé
fácil para digerir que esta lluvia.
Mientras se contempla al mundo,
uno se pregunta la razón del cantar
de sus pájaros, ¿qué era sino locura?
¿Serían cómplices del clima?
Pensé,
sí.
Sin la humana conciencia, podríamos permitirnos aquello;
asociarnos con la luna, llevarle a nuestros hijos,
esperar ansiosos la mañana,
dejar que, durante los días inútiles,
atemorice a todos con esta lluvia.
Y mientras el sol aparece
detrás de la pantalla de agua,
esperar tormenta de pájaros;
caen uno tras otro,
apenas polluelos grises, como las nubes,
en una brizna de suicidios.
Yo los vi morir;
aterrorizado constaté su desnudez.
Abiertos, sobre la espalda de una banqueta,
yacían sin vida, olvidados por sus padres,
quienes cantaban, volaban,
como bolas de jaspes,
observando la gravedad de sus polluelos
que no sangran,
sólo mueren.
Tienen ya los ojos cerrados,
cuando la bofetada se escucha,
cuando la lluvia de pequeños ha lugar,
y uno tras otro, vacían los nidos.
Intrincado es el mundo de las aves.
Me inquieta pensar la muerte con tanta sencillez.
Tan pequeños eran que bien pudieron figurar
como suciedad,
como una roca,
como una mancha.
Pero era lluvia,
por la mañana cayeron.
Jamás, durante mis días, vi
tanta indiferencia por morir,
ser devorado por los gatos,
volverse, de pronto, cadáver.
Todos los vimos,
pelusas ayer vivas,
inmóviles al fondo del cielo.
Los pájaros cantaban desde los árboles,
vaciados por la noche, el frescor y el frío.
No bebí mi café.