Altas temperaturas
Alejo Colunga
Jamás vi al mundo arder como aquellos días.
La ciudad estaba compuesta por cubos
de materia quemada, un enorme cenicero áspero.
Encerrado en el horno de mi ropa,
busqué desgarrar mi carne y así, ventilarla.
Hubiera rebanado mi piel para estos fines,
pero mis uñas se desplomaron;
cayeron al suelo al ser de mis manos, gotas.
Sólo pude ahogarme en calor.
Sentí mi sangre manar entre los poros.
El traje quemado de mis brazos ardió
hasta parecer fresco.
Hubiese bebido mis cabellos,
hubiese roto mi quijada,
hubiese decantado mis ojos,
pero
en la cabeza me crecieron ramas,
mi garganta se hizo tierra y,
bajo los párpados, contuve grava.
Procuré un sollozo evaporado,
busqué caminando, salvación en la sombra,
encontré sólo cantera en mis piernas,
mis articulaciones de astilla crujieron,
retacados, mis pulmones de estopa fueron rendidos.
Comencé a derretirme.
El suspendido carbón del cielo
todo cauterizó.
Las plantas se hicieron roca.
Las aves de plomo cayeron.
Los hombres, quienes buscaron agua,
mendigaron agua, rogaron agua,
mamaron agua…
no se vieron más; en su sitio,
existe la baba de sus cuerpos,
habían reptado por las calles,
desesperados al morir,
y derramando sus partes en la ceniza
de una vía,
llegó la noche.